De la inteligencia artificial a la estupidez natural
La estupidez es uno de los estados mentales más curiosos. Algunos nacen con él por defecto y se mantienen así hasta el día de su muerte. Otros, lo adquieren a lo largo de su paso por este mundo, y puede mantenerse en un nivel que no perjudique demasiado su vida o ser la causa del fin de está.
Incluso grandes científicos y pensadores pueden portar dicho estado aunado a su gran inteligencia y/o prodigiosa memoria. No es locura decir entonces que todos somos un poco estúpidos, dependiendo el contexto
De acuerdo con el Doctor Alexander Feldman, quien fuera uno de los discípulos más prominentes del psicoanalista por excelencia Sigmund Freud:
“El sabio (para usar una definición simplificada) es el que conoce las causas de las cosas. El estúpido las ignora. Algunos psicólogos creen todavía que la estupidez puede ser congénita. Este error bastante torpe proviene de confundir al instrumento con la persona que lo utiliza. Se atribuye la estupidez a defecto del cerebro; es, afírmase, cierto misterioso proceso físico que coarta la sensatez del poseedor de ese cerebro, que le impide reconocer las causas, las conexiones lógicas que existen detrás de los hechos y de los objetos, y entre ellos”
“El ser humano”, dice el doctor Feldmann, “a quien la naturaleza ha
suministrado órganos sanos, y cuyo instrumento raciocinante carece de defectos,
a pesar de lo cual no sabe usarlo correctamente. El defecto reside, por lo
tanto, no en el instrumento, sino en su usuario, el ser humano, el ego humano
que utiliza y dirige el instrumento.
Del mismo modo, si un hombre nace con cierto defecto cerebral, ello no
lo convierte necesariamente en idiota; su obligada idiotez proviene de la
imperfección de su mente. Esto nada tiene que ver con la estupidez; pues un
hombre cuyo cerebro sea perfecto puede, a pesar de todo, ser estúpido; el
discreto puede convertirse en estúpido y el estúpido en discreto. Lo cual,
naturalmente, sería imposible si la estupidez obedeciera a defectos orgánicos,
pues estas fallas generalmente revisten carácter permanente y no pueden ser
curadas.”
Esto implica que la estupidez ha estado ahí desde los albores de la humanidad pero es independiente en cada uno de nosotros el nivel en que se manifiesta, y puesto que el animal no puede ser estúpido al carecer de la consciencia necesaria para ser considerado un ser pensante, si exhibe primitivos rasgos sentimentales fruto de su evolución, estos no son premeditados, si no que son una reacción, como el que reacciona agresivo ante una amenaza, los sentimientos en ellos actúan como mecanismo de preservación de la manada. En nosotros en cambio, esos sentimientos pueden nublar el juicio al punto de cometer estupideces que pueden poner en peligro nuestra integridad física y mental, esto cuando se salen de control y ya no cumplen su misión original (en esencia, similar a las de los animales).
Aunque existan animales con niveles altos de inteligencia e incluso gran parentesco, solo el ser humano tiene la capacidad de un razonamiento complejo guiado más allá de sus instintos animales. |
Incluso la eminencia más
prominente de la historia puede recaer en ello, esto es parte de un
fenómeno bastante natural: a menudo se tiene considerado que una abundancia de
conocimiento es la ausencia de la estupidez al igual que la sabiduría implica
la ausencia de la ignorancia cuando, en realidad, esto puede ser solamente una
medida para disimular dichas situaciones.
Esto se hace evidente en especial cuando se examina a profundidad la
posición que ocupan en la vida algunas personas importantes muchas veces sin
necesidad de tener la opción conocer con detalles su educación, conocimientos y
hábitos.
Las dos caras de la misma moneda: creación y auto destrucción
Cuesta entonces creer que un ser cuya estupidez viene impresa en su ADN, haya podido desarrollar tantas cosas y al mismo tiempo, ser proclive a su propia autodestrucción. Pero así ha sucedido y hoy somos capaces de contar con máquinas que nos simplifican la vida: podemos detectar con precisión enfermedades, algunos eventos climáticos e incluso, predecir con mayor o menor exactitud el futuro de nuestra civilización siendo en ojos de unos esperanzador y en otros, quizás y esperando que no sean los más acertados, apocalíptico.
Uno de nuestros avances más significativos se dio en los campos de la robótica: la invención de máquinas que puedan seguir determinadas ordenes conlleva un avance amplio en la revolución industrial que comenzó a principios del siglo pasado. Hoy en día, ya se estima que dentro de unos años podremos ver vehículos que se manejen por si mismos, e incluso, dada la actual situación que pasa el planeta, ya se ha podido ver el despliegue de robots en algunos hospitales para atender a pacientes con Covid-19 (la enfermedad que azoto el 2020, por si este articulo es leído en algún futuro distante).
El evento ya mencionado
anteriormente también ha sido el detonante de que mucha de la estupidez que por
décadas se había mantenido relativamente fuera del ojo público se manifestara
ya no solo en países en vías de desarrollo donde es ya el pan de cada día, si
no incluso en países de primer mundo, donde se asumía que la ignorancia era
menor.
El negacionismo ante lo evidente, bien puede ser una reacción derivada del miedo, quitando seriedad a un asunto o directamente volteando en otra dirección, pues como ya consideramos anteriormente, la estupidez también implica ignorar las causas de las cosas y derivado de su propio ego, formarse conclusiones propias sin una evidencia tangible únicamente basada en nuestros prejuicios.
La eterna incógnita: ¿Felicidad =
Ignorancia?
A lo largo de la historia muchos grandes filósofos han sostenido la creencia de que la ignorancia conlleva a un mayor índice de felicidad, pues como si de una maldición se tratase, y que a mayor conocimiento, mayor será sumida una persona en la desgracia al enterarse de cosas que probablemente habría estado mejor sin saber.
Según Kant:
En realidad, encontramos que
cuanto más se preocupa una razón cultivada del propósito de gozar de la vida y
alcanzar la felicidad, tanto más se aleja el hombre de la verdadera
satisfacción”, dice en su libro “Fundamentación de la metafísica de
las costumbres.
“Los más experimentados en el
uso de la razón hallan, sin embargo, que se han echado encima más penas que
felicidad hayan podido ganar, y, más que despreciar, envidian al hombre común,
que es más propicio a la dirección del mero instinto natural y no consiente a
su razón que ejerza gran influencia en su hacer y omitir”
Esto tiene su lógica: a mayor nivel de consciencia sobre el mundo que
nos rodea, mayor será el grado de preocupaciones al conocer sobre los posibles
riesgos y consecuencias de cada una de nuestras acciones. Esto se puede
observar en la tendencia de la mortalidad en personas con bajos índices de
inteligencia, pues para ellos, la vida suele ser una serie de riesgos
aleatorios, lo que hace que pongan su vida en peligro de manera innecesaria en
más de una ocasión.
Esto se debe, según un informe publicado en 2011 por la Psychological
Science in the Public Interest, y elaborado por Ian J. Deary y Alexander Weiss,
de la Universidad de Edimburgo, en Escocia, y por G. David Batty, de la MRC
Social and Public Health Sciences Unit de Glasgow a que cuanto más
escrupuloso es un individuo, más extensa tiende a ser su vida.
La revisión de más de 190 investigaciones constató que una
escrupulosidad alta está regularmente relacionada con comportamientos más
saludables (como hacer ejercicio, llevar una dieta sana, etc.) y menos nocivos
(abuso del alcohol, conducción temeraria, etc.) esto aunado a rasgos de
personalidad que van asociados a un menor índice de coeficiente intelectual
como pueden ser una mayor agresividad e intolerancia ante ciertas situaciones.
Valdría la pena preguntarse entonces… ¿Qué es más conveniente para
nosotros?: ¿una vida rica en conocimientos pero pobre en felicidad? O… ¿una
vida pobre de conocimientos, corta de duración pero con una felicidad constante
“viviendo al límite”? La respuesta variará según quien sea el lector de este
artículo, pero cabe destacar que no siempre existe relación entre una y otra.
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